jueves, 4 de diciembre de 2008

Una historia de amor


Al principio no fue amor, era más bien un cierto deseo posesivo.

Quise tenerla entre mis pertenencias, coleccionista más que amante, aunque ya intuía que ella sí podría cubrir mis silencios, rellenar mis vacíos con el calor de su piel tostada. Yo entonces pensé que la amaba, pero lo que fue creciendo en algún recóndito rincón entre mis vísceras fue una pequeña sensación de odio, el enfado del deseo insatisfecho que se alimentaba con la distancia y que, al cabo de los días, fue un abismo gris, un pozo oscuro de agua muerta.

Pensé que eliminando obstáculos se allana el camino, e intenté ponérselo más fácil cambiando hábitos y costumbres, corrigiendo rutinas para que la mía se acomodase a la suya. Hacerme imprescindible por ser inevitable y, en esa suerte de estrategia calculada, ocultar otros rostros, otras miradas también repletas de deseo. Y cuando creí que ya todo estaba hecho el horizonte tomó forma de venganza.

Ella también manejó hilos, tendió redes invisibles que sembraron la desgracia. Y de nuevo el pozo a mis pies, como fauces de un dragón hambriento que no atiende a razones ni a demandas.

Dicen que el tiempo lo cura todo, pero tampoco es cierto. A lo sumo separa la mirada, otorga nuevas perspectivas que modulan el pulso de la sangre. Y yo, en una pirueta impropia, en un arrebato de locura aún inexplicado, la perdoné por completo, sin esperar nada a cambio, como un bautismo limpio que borra todas las huellas del pasado.

Entonces sí la amé. Sentí el amor por los cuatro costados y, desde entonces, con una rosa roja en la mano, visito su tumba para ahogar mi llanto.



jueves, 13 de noviembre de 2008

Oda a la futura fama

Ante el arrebato poético que me invade, y dado que a ciertas edades uno ya no está como para ir perdiendo el tiempo, aquí va otra nueva composición en la que el autor, haciendo gala de su inigualable capacidad prospectiva, anuncia nuevos y gloriosos tiempos que, a buen seguro, poco han de tardar en que acontezcan.

Oda a la futura fama

Quiero ser un poeta famoso
y trascender la muerte con la historia.
Escribir versos enormes, extensos, infinitos,
que dejen sin aliento a los lectores.
Quiero firmar libros por las ferias,
recorrer revistas, emisoras, televisiones.
Recibir algunos premios, importantes,
formar parte de jurados
y asistir a recepciones.
Cubrir mi biografía de glorias y de honores
y trocarlos por poder, dinero y sexo.
Y todo ello en las mismas proporciones.

Pero ando escaso de tiempo y de palabras,
arrugas y canas adornan mi semblante
y desconozco las artes de los grandes trovadores.
Tengo algunas palabras redondas, luminosas,
con rimas completas, consonantes.
Por ejemplo oropeles, anaqueles y laureles,
pero no sé qué pintan juntas en un verso.

Mas pronto espero que mi suerte cambie,
que llegue pronto el aura de las musas.
Entonces vendréis a mí, buitres sagaces,
a sorberme la sangre y el aliento.
Pero anclado en la gloria permanente
y con un trono excelso asegurado,
lanzaré exabruptos, insultos soeces
(que mi fama tornará en sarcasmos celestiales).
Extraños seréis los de la plebe,
no querré ni amigos, ni vecinos,
y despreciaré a mis propios familiares.
Tan sólo adictos fieles,
del arte siervos incondicionales,
podrán gozar de mi presencia etérea
y disfrutar bebiendo de mis mieles.


jueves, 6 de noviembre de 2008

Soneto

Aunque cualquier forma poética me gusta, la verdad es que al soneto le tengo un especial cariño. Puede ser que, como al Caballero de la triste figura, el exceso de lecturas de Quevedo y Góngora sea el causante de tamaño desvarío.
De todos modos, lo que está claro es que se trata de una de las estructuras poéticas más elaboradas (en mi opinión), con sus potentes rimas consonantes, sus endecasílabos encadenadas al modo clásico (abba abba cdc dcd) y la musicalidad que le otorga la acentuación de las sílabas 6ª y 10ª.
Pues ahí va un ejemplo:


Del barro, Dios, tu cuerpo ha modelado
consiguiendo una suave anatomía.
Yo exploro tu dulce geografía
al despertar, y estás siempre a mi lado.

El calor que tu carne me ha dejado,
cuando tu piel se funde con la mía,
me abrasa, pero al tiempo me confía
como fuego de amor enamorado.

Quedándome finalmente vencido,
al guión de tu ritmo me someto,
a tu exacta cintura me he ceñido.

Mi avaricia saturas por completo,
y en respuesta de un ser agradecido
te dedico este explícito soneto.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Aniversario de una huelga frustrada

Hace ya un año que me planteé si realmente existe el derecho a la huelga. Parece ser que en algunos casos no.
Pero después de un año los motivos de tan descabellada ocurrencia siguen intactos (ver noticia). Y qué mejor manera de celebrar este digno aniversario que con un breve romance que inmortalice el acto. Pues ahí va:

Romance de una huelga frustrada

A una oficina del ayuntamiento
me marché un día, a trabajar ufano.
Mas todo lo encontré desordenado,
no quedó nada, ni siquiera asiento.

De pronto me dejaron sin despacho,
nada que hacer, ¡menudo aburrimiento!
Para mi jefe aquello era un tormento:
- ¿Dónde coloco yo a este mamarracho?

La concejala vino en mi socorro
y me ofreció su noble alojamiento.
Pero que esto te sirva de escarmiento,
siempre serás aquí el último mono.

Mas el poder a mí no me amilana,
que el currante también tiene derechos.
A mi jefe una huelga le prometo,
y él se ríe delante de mi cara.

- Si la haces te quedas sin trabajo
y yo me quedaré aquí tan campante.
Como él es socialista, e importante,
me quedo mudo, triste y cabizbajo.

La ley y el sindicato sirven poco,
la democracia es una bagatela,
pero aprendí de toda esta quimera
que el que se mueve, no sale en la foto.

El jefe pronto recibió su premio.
Joven y progre, aunque algo incompetente,
el partido lo nombra dirigente.
Ahora es el delegado del gobierno.

jueves, 19 de junio de 2008

Las Notas



Para Ares

Las notas van cayendo como gotas de un torrente de sonidos y silencios. Podrían parecer, en un principio, una cadencia desordenada y caótica que, como en un alumbramiento, va reordenándose de cierta manera, aparentemente azarosa, y hace que cobren su significado preciso unas junto a las otras.

A veces se precipitan como una cascada furiosa, amontonándose entre ellas, como una carrera de aguas que pugnan por adelantarse, por cubrirse y que, más allá de su valor singular, logran un conjunto armónico, un juego vibratorio sobre el que cabalga el cuerpo, acumulando una sensación vertiginosa que escapa a la razón, que pertenece a ese otro mundo misterioso y oculto de lo invisible.

A veces parece que corran solitarias, una tras otra, como pidiéndose permiso para no taparse, y que el sonido tenue permita la calma y el sosiego. Entonces cierro los ojos y las notas obran de forma milagrosa. No hay paisaje, ni de flores, ni de rios, ni de nubes de formas caprichosas. Lo que hay es un retorno en el tiempo, una vuelta a los ancestros más primitivos, al calor del primer fuego, al olor de la tierra mojada de las tormentas pasajeras, a la humedad misma del útero materno, que transita ahora por los ojos entreabiertos. Y oigo las notas antes de que las cuerdas vibren, antes incluso de que los mazos las golpeen, y también antes de que los dedos bailen sobre las teclas, como jugando con el aire. Intentando que la música que habita en lo más hondo de su alma soñadora pueda viajar con el viento, como una manada de alas locas que susurran las palabras más simples, las más bellas, y acarician mi piel con un plumón tejido de sueños infantiles, que son los que transmiten el aire a los pulmones y aceleran la sangre hasta quemarme.

¿Cómo hacer que el tiempo detenido recobre el pulso sin matarme?

A veces, lo más pesado se alza sobre la tierra árida y polvorienta, sobre matorrales y espinos quebrados por el sol y la sed de siglos secos. Y pende de un fino hilo trenzado de abrazos y de risas, y de dolor y tristezas que alimentan y crecen como espigas.

Al final el silencio y la sonrisa, y una certeza infinita que anida en las vísceras más hondas, como esponjas empapadas en sangre caliente que, poco a poco, se derrama en una sensación de sueño. La vida se escapa y ahora sé que puedo morir tranquilo.

martes, 11 de marzo de 2008

El voto inútil

Desde que Felipe González y compañía (que no hay que olvidar que procedían de luchas políticas clandestinas en los tiempos en los que las ideologías eran lo más importante), a propósito del referéndum sobre la OTAN decidieron formar parte de las élites dominantes del país, instalándose como gestores administrativos de una empresa política al servicio de los poderes internacionales, traicionando no sólo a su propia ideología (que eso no me importa) sino también a la de muchos otros que, además, nunca tendrán la posición social a la que ellos llegaron (y que pronto se encargaron de blindar a perpetuidad, emulando en eso a tipejos como Pinochet), se me hace muy difícil trazar el límite que, en este país, separa la derecha de la izquierda (reduciéndo el ámbito a PP y PSOE, ya que cualquier otra opción está abocada a la desaparición más o menos prematura).
El PSOE encarceló a objetores de conciencia compañeros míos, fué incapaz de mejorar aspectos tan importantes como la ley del aborto y el tema de la religión en la escuela (que tienen mucha mayor capacidad de cambio a nivel de valores sociales que la soberana estupidez de la "Educación para la ciudadanía"). Y dió pié a que llegara Aznar para eliminar el servicio militar obligatorio y regulara el tema de las parejas de hecho. Todo eso sin olvidar el enriquecimiento inmoral y delictivo de buena parte de la cúpula socialista que, al estilo del último franquismo, no dudó en rodearse de toda una suerte de tecnócratas (con Boyer a la cabeza) para garantizarse el apoyo de los sectores dominantes, tanto nacionales como internacionales.
Ante este panorama, como casi todo el mundo, el tema del voto termina dilucidándose por eliminación. La gente ya no vota lo que desea sino lo que considera menos lamentable, y esta situación anímica debe mucho al sucio trabajo de todos los gobiernos mal llamados socialistas. Por eso el PSOE sigue sacando rédito a la vieja campaña del miedo a la derecha. Para algunos, votar lo que consideran menos malo es una opción válida, pero para mí no deja de ser una especie de rendición moral ante el imperio del pensamiento único. ¿A qué nivel habría llegado si soy capaz de votar a gente de la que no me fío?

viernes, 29 de febrero de 2008

Ausencia


El bullicio me atonta el alma.

El trajín diario de las cosas que pasan a mi lado,

tan rápido como yo mismo,

y que atascan mis sentidos para hacerme triste.

Pero la soledad de la noche me rescata.

Me envuelve en un cálido silencio

que tu ausencia agranda,

y comienzo a sufrir por lo que ahora me falta.

Me falta tu mirada clara,

que a un tiempo me abraza y me perdona.