martes, 11 de marzo de 2008

El voto inútil

Desde que Felipe González y compañía (que no hay que olvidar que procedían de luchas políticas clandestinas en los tiempos en los que las ideologías eran lo más importante), a propósito del referéndum sobre la OTAN decidieron formar parte de las élites dominantes del país, instalándose como gestores administrativos de una empresa política al servicio de los poderes internacionales, traicionando no sólo a su propia ideología (que eso no me importa) sino también a la de muchos otros que, además, nunca tendrán la posición social a la que ellos llegaron (y que pronto se encargaron de blindar a perpetuidad, emulando en eso a tipejos como Pinochet), se me hace muy difícil trazar el límite que, en este país, separa la derecha de la izquierda (reduciéndo el ámbito a PP y PSOE, ya que cualquier otra opción está abocada a la desaparición más o menos prematura).
El PSOE encarceló a objetores de conciencia compañeros míos, fué incapaz de mejorar aspectos tan importantes como la ley del aborto y el tema de la religión en la escuela (que tienen mucha mayor capacidad de cambio a nivel de valores sociales que la soberana estupidez de la "Educación para la ciudadanía"). Y dió pié a que llegara Aznar para eliminar el servicio militar obligatorio y regulara el tema de las parejas de hecho. Todo eso sin olvidar el enriquecimiento inmoral y delictivo de buena parte de la cúpula socialista que, al estilo del último franquismo, no dudó en rodearse de toda una suerte de tecnócratas (con Boyer a la cabeza) para garantizarse el apoyo de los sectores dominantes, tanto nacionales como internacionales.
Ante este panorama, como casi todo el mundo, el tema del voto termina dilucidándose por eliminación. La gente ya no vota lo que desea sino lo que considera menos lamentable, y esta situación anímica debe mucho al sucio trabajo de todos los gobiernos mal llamados socialistas. Por eso el PSOE sigue sacando rédito a la vieja campaña del miedo a la derecha. Para algunos, votar lo que consideran menos malo es una opción válida, pero para mí no deja de ser una especie de rendición moral ante el imperio del pensamiento único. ¿A qué nivel habría llegado si soy capaz de votar a gente de la que no me fío?